El deseo me viaja
por los muslos.
Se desliza impúdico
en la ardiente espera.
Dejo que convulsione
mi sexo en mis dedos
y gimo en ti,
en el dulce recuerdo
de esos besos prohibidos
que nos damos.
Nadie podrá robarnos
el instante
en el que nuestras pieles
nos conversen
sin obstáculo alguno
y escribamos el placer
con letras húmedas.
Nadie podrá robarnos
ese beso distinto
libre por fin, tan dulce
que derribe la puerta
de nuestros cuerpos.
Sueño contigo cada noche
y dibujo el momento en que París
se convierte en el cómplice
del amor más bonito
que jamás existió
y sellamos un pacto
sin firmas; un acuerdo
sin fecha de caducidad.
© Lucía Conde